Durante más de 20 años fui amigo de Vlady; es decir, no lo conocí como un escritor, ni como un historiador que habla con un artista.

Curiosamente, yo fui amigo de Vlady por herencia.

De hecho, mi padre era amigo de Victor Serge. Me hablaba de Victor Serge y su hijo, mucho antes de que yo conociera personalmente a Vlady.

Mi padre me hablaba de Victor Serge como un gigante del pensamiento socialista. Tenía yo unos quince o dieciséis años cuando me regaló el Año 1 de la Revolución Rusa. Fue el primer libro de Victor Serge que leí.

Y este hombre legendario tenía a un hijo llamado Vlady.

Mi padre solía contarme que, cuando Vlady llegó a Bélgica procedente de la antesala del Gulag, descubrió lo que inocentemente llamaba “socialismo realizado”: había pan y mermelada en las tiendas.

En Rusia, las tiendas estaban vacías.

Pero este mismo Vlady se sorprendió de que los capitalistas no poseyeran una sola tienda sino varias tiendas y además las fábricas que abastecían a estas tiendas.

“Pero, ¿por qué viven estos hombres? preguntó el joven Vlady. "¿Cuál es su propósito en la vida? Ya tienen tanto dinero: ¿por qué quieren más dinero?". Esta anécdota y muchas otras acompañaron mi juventud.

Era natural que, en mi primer viaje a México en 1973, mi padre me diera la dirección de Vlady.

En aquella época, yo ya había leído todas las obras de Victor Serge, desde El caso Tulàyev hasta Memorias de un revolucionario.

Vlady vivía entonces en San Ángel, un barrio muy burgués de la Ciudad de México, aunque en una sección un poco más popular. Me comentó con orgullo:

Vivo en una colonia de clase trabajadora, en medio de uno de los barrios más burgueses de la Ciudad de México!

Se sentía orgulloso de esta contradicción.

En el verano de 1973, cuando llegué a su casa, Vlady no estaba. Acababa de salir e Isabel, su mujer, me indicó a un hombre que caminaba por la calle con una carretilla y me dijo:

-¡Es él!

Corrí a presentarme.

De manera muy natural me dijo que le acompañara. Iba a alimentar a su elefante.

Y es que alguien le había regalado un bebé elefante y había que alimentarlo con pasto o heno -no recuerdo- en fin, forraje, mucho forraje. ¿Cómo no asombrarse de alguien caminando por las calles de la Ciudad de México con una carretilla para alimentar a su elefante?

Pues bien, Vlady había recibido al bebé elefante como regalo, no recuerdo de quién. No lo tuvo mucho tiempo porque era muy difícil de alimentar y al final lo entregó al zoológico.

Pero queda la imagen del hombre que fue a alimentar a su elefante.

A partir de entonces, todos mis viajes a México comenzaban con una visita a Vlady. A veces me quedaba en su casa. Otras veces, me encontró alojamiento con amigos suyos – la familia de Cristina Kahlo, la de Miguel Salas Anzures... Cada vez, descubrí una faceta desconocida de esta cultura mexicana que tanto me marcaría a partir de entonces.

¿Pero de qué hablaba Vlady cada vez que lo veía?

Siempre lo mismo: la revolución, y no cualquier revolución: la Revolución Rusa.

Estaban los recuerdos de San Petersburgo, que Vlady había conocido como Leningrado; sus recreos en las columnatas de la Catedral de San Isaac; las reuniones en casa de Alexandra Bronstein, primera esposa de Trotsky; la imagen de Liuba, su madre, platicando con Zinóviev… Con Vlady, el tiempo parecía haber estallado.

Para mí, la Revolución Rusa, Trotsky, Zinóviev, todo eso pertenecía a los libros de historia. Era lo que estudiábamos en la universidad. Y de repente un mago me abría una puerta en el tiempo y me llevaba al corazón de los grandes debates de los años 20. Me estremecí cuando la policía – la infame GPU – tocó a la puerta para llevarse a su padre, Victor Serge.

No me malinterpreten, Vlady no hablaba de teorías políticas. No hacía análisis históricos; más bien con sus palabras resucitaba un mundo que para él nunca había dejado de existir.

Un día le pregunté qué significaba para él la Revolución Rusa. Vlady me contestó sin dudarlo: "Es una lucha que es preciso terminar”. Para él, la Revolución Rusa seguía viva.

Escribí en mi libro que Vlady no era un revolucionario por convicción marxista o trotskista o cualquier otra cosa, sino por herencia.

En realidad, pertenecía a una familia de la pequeña aristocracia rusa, pero en lugar de heredar un título de nobleza o tierras, heredó la idea revolucionaria. Y lo que es más importante, le dio vida a esta idea.

En una ocasión, hice un viaje a Europa con Vlady. Fuimos a Francia, Suiza e Inglaterra. En todas partes, lo primero que Vlady hacía era ir a visitar a los camaradas trotskistas. En París fuimos a ver a François Maspero2 y a Alain Krivine3 , en Londres conocimos a Tariq Ali4 y a Lisa Appignanesi5.

Quiero precisar que cuando Vlady visitaba a estos grupos no lo hacía en calidad de militante. No. Más bien iba a ver a su familia. Y era recibido como parte de la familia. No creo que se pueda decir que Vlady era simplemente un trotskista. Creo que los lazos entre él y los trotskistas eran mucho más profundos. Por eso, hablo de un vínculo familiar.

Así que, como ven, mi relación con Vlady siempre giró en torno a la galaxia de la revolución, en cuyo centro se encontraba, por supuesto, Victor Serge. Esto podría haber durado mucho tiempo, de no ser por dos incidentes no relacionados entre sí.

Un día estábamos en París e invité a Vlady a hacer un programa de radio en France Culture, donde yo tenía algunos amigos. Era un programa sobre Victor Serge con la presencia de uno de sus antiguos camaradas anarquistas, Henry Poulaille6. La grabación se desarrolló con toda normalidad, Vlady habló de Victor Serge y la Revolución Rusa, Henry Poulaille de la Banda Bonnot. Al momento de terminar la entrevista, no sé por qué, Vlady empezó a hablar del fresco que estaba pintando en la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada y luego del Tríptico Trotskiano.

De pronto, sin aviso previo, aconteció algo mágico. Vlady nos habló de cómo fabricaba su propia pintura y por qué rechazaba la pintura industrial en tubos.

Explicó que los pigmentos de color son vivos, por lo que siempre se mueven en el óleo. Aunque el óleo se haya secado, el color sigue vivo. La solución es antes poner el huevo para que se fije. Luego hay que añadir el barniz para aislar cada capa de color.

Vlady nos explicó cómo él añadía distintas capas de color y barniz a su lienzo hasta que la luz brota del cuadro, a pesar de que el óleo tiende a oscurecerse al secarse. -Tienes que hacer trampa agregando blanco -nos decía-, incluso si es un cuadro sombrío. El blanco hace que la luz se quede, que perdure...

así durante tres cuartos de hora o una hora. Todos los presentes en el estudio se habían acercado a Vlady para escucharle. Incluso los técnicos habían dejado de trabajar para escucharle. Todo el mundo quedó deslumbrado.

Pero, por desgracia, la grabadora no había funcionado.

Todos querían hacer una segunda emisión para que Vlady hablara sobre pintura. Pero no se pudo. Tenía que regresar a México. Habíamos ingresado a un mundo maravilloso, muy alejado del trotskismo y de las revoluciones, pero a nadie se le había ocurrido poner una nueva cinta en la grabadora.

El otro incidente tuvo lugar algunos años más tarde, durante un viaje que hice a los Estados Unidos. El traductor estadounidense de Victor Serge, un tal Richard Greeman, me dijo:

-Cada vez que visitamos a Vlady en México le hablamos de su padre. Pero ya no es un niño, ¡qué diablos! Tiene toda una vida atrás, y una obra en su haber. ¡Tiene más de 70 años y todavía le obligamos a hablar sobre su papá!

Esta llamada al orden me decidió. Recordé el discurso de Vlady sobre pintura en la Maison de la Radio en París. Por supuesto que Richard Greeman tenía razón.

Había que hacer que Vlady hablara de pintura. Para ello, había que ahuyentar el fantasma recurrente de la Revolución Rusa. No fue una tarea fácil, ¡créanme!

No sólo era necesario cortar el cordón umbilical entre Vlady y Victor Serge, sino también romper el vínculo hereditario, casi aristocrático, como ya he sugerido, que le unía a la tradición revolucionaria.

Para hacernos una idea de este vínculo, contaré otra anécdota. Cuando viajó a Rusia en 1981, por primera vez después de su largo exilio, fue a la Iglesia del Salvador de San Petersburgo [entonces Leningrado, ndt], construida en el mismo lugar donde el zar Alejandro II fue asesinado en 1881. Sabemos que el ingeniero Nikolái Kibalchich, un científico de renombre, había construido la bomba que se utilizó para matar al zar. Este Kibalchich es un lejano antepasado de Vlady, a quien él reconocía como el fundador del gran linaje de su familia revolucionaria.

Así que en 1981, Vlady se encontraba frente a esa iglesia. De pronto, la joven que le acompañaba, sin duda sugestionada por sus extrañas historias de la época bolchevique, le preguntó cuándo nació.

Y Vlady respondió sin pensarlo: el 1 de marzo de 1881.

Lo sorprendente es que luego me comentó que nunca había dicho una verdad más grande y que todo lo comprobaba. Este era el vínculo que había que romper para llegar al pintor Vlady.

Así que tras mi discusión con Richard Greeman, le propuse a Vlady que escribiéramos un libro sobre él, su carrera, las influencias, su evolución. Su primera reacción fue decirme:

-¡qué bueno! Escribiremos un libro sobre el socialismo.

Me deprimí. Entiéndame bien: no tengo nada en contra del socialismo. Pero hay miles de libros sobre el socialismo, algunos muy buenos, pero en aquella época no había ningún libro sobre Vlady, salvo el de Berta Taracena. Sin embargo ya estaba fechado pues lo había escrito antes de que Vlady pintara el gran fresco “Las revoluciones y los elementos”.

Entonces le expliqué que quería escribir sobre su carrera como pintor, no sobre su vida o sus ideas políticas, sino sobre la pintura según él. Su visión de la pintura. Siempre recordaba el momento mágico de París, después del programa de radio.

Vlady insistía en hablar de socialismo.

Necesité años. Años para convencer a Vlady de que tenía una aproximación única a la pintura. Sólo él la podía expresar, mientras que hay cientos de profesores que escriben libros sobre el socialismo cada día. El propio Victor Serge había escrito páginas fundamentales sobre el ideal revolucionario y el humanismo europeo…

No sé qué convenció a Vlady a participar en el libro. Quizás con el pasar de los años sintió la necesidad de dejar huella de sus investigaciones. Además, había intentado escribir un libro por su cuenta, lo llamó El Libro de Isabel, pero nunca había logrado terminarlo.

Es verdad que publicó un pequeño libro con un amigo suyo, Emilio Brodziak, titulado Abrir los ojos para soñar, en edición suntuosa, con dibujos en casi todas las páginas. Desafortunadamente, la edición se armó sin mucho orden. Estaba, por ejemplo, la polémica grandilocuente contra el gobierno mexicano por una historia de cuadros encargados y luego desaparecidos, pero que no habían desaparecido del todo. El tema es que si uno no conocías la historia, no se entendía de qué se trataba.

Sin embargo, Abrir los ojos para soñar presentaba una gran ventaja. Fue el detonante para que Vlady se diera cuenta de que había llegado el momento de embarcarse en una empresa seria para explicar su trabajo y darlo a conocer.

Aceptó concederme entrevistas a profundidad. Hablamos durante días enteros, a lo largo de tres años.

El escenario era siempre el mismo: me reunía con él en su estudio de Cuernavaca con una lista de preguntas que seguían un orden cronológico y temático. Cada día yo preparaba la entrevista con sumo cuidado. Quería asegurarme de cubrir todos los aspectos de la vida y la obra de Vlady.

El resultado fue catastrófico.

Cuando le interrogaba sobre su juventud en la Unión Soviética me respondía sobre los cuadros de Picasso. Si le preguntaba qué pintor le había influido, me respondía con soberbia: -¡nadie! Si yo buscaba entender el fresco de la biblioteca Lerdo de Tejada, me hablaba de Victor Serge...

Por pura desesperación, renuncié a todo orden y decidí dejarle hablar en su caos. Brincaba de un tema a otro.

Por lo general, yo pasaba un mes en México hablando con Vlady y luego regresaba a Montreal para trabajar 11 meses tratando de encontrar un orden a sus palabras deshilvanadas. Fue como armar un rompecabezas gigante con confeti. Cada confeti era una joya. Pero había que ponerlo en contexto, explicarlo y darle una secuencia lógica.

Tengo que decir que cada una de las palabras de Vlady fue tan intensa que sentí una alegría constante al batallar con sus pensamientos. Estaba escribiendo en un estado de gran felicidad... O casi. Porque había una sombra.

Era imposible hacer que Vlady volviera a su gran discurso en la Maison de la Radio de París sobre “saber pintar” o sobre la gran pintura considerada como metafísica.

Es verdad que hablaba profusamente de sus tesis sobre la técnica veneciana, algo que había tomado prestado de Max Doerner7. Me explicaba ampliamente que en pintura la técnica es más importante que el tema. Para él, a partir del siglo XIX los pintores habían perdido el secreto alquímico de la pintura. La pintura industrial había matado no sólo la pintura, sino también la aventura metafísica.

Llegó al punto de decirme: Van Gogh era un mal pintor porque utilizaba pintura en tubos.

Para entender la enormidad de esta afirmación, hay que conocer la vida de Vlady. Fue el encuentro con la obra de Van Gogh en la Exposición Universal de París de 1937 lo que transformó su interés por la pintura, que existía desde la infancia, en una necesidad.

Vlady me dijo que cuando descubrió a Van Gogh, algo cambió en él: "De repente me di cuenta del fenómeno espiritual de la pintura”.

Se puede hablar de una conversión. Ese joven que como explicación del sentido de la vida había conocido sólo el marxismo, de pronto descubrió un mundo nuevo. ¡Y ahora, 50 años después, este mismo Vlady proclamaba alto y fuerte que Van Gogh era un mal pintor!

Para ser precisos, Vlady dijo esto: Van Gogh puede ser un genio, pero es un mal pintor.

Para ser honesto, me quedaba con una teoría técnica y una paradoja insoportable: ¿cómo podía yo escribir un libro argumentando que Van Gogh era un mal pintor?

Vlady decía, ya lo sabemos, que todos los pintores desde el siglo XIX son malos porque perdieron el secreto de la buena pintura inventado durante el Renacimiento. Existen algunas excepciones: Balthus, Botero y sobre todo Nicolas de Staël. Ellos eran las excepciones que habían redescubierto la técnica de la pintura.

Aquí mismo, en México, estaba Leonora Carrington. Fue ella que le habló por primera vez del misterio de la buena pintura. Vlady dosificaba estos fragmentos de teoría al azar. Sin embargo, eran abstracciones que no poseían la gran iluminación de París.

Así que escribí mi texto y recogí testimonios de intelectuales y artistas sobre Vlady. Y un día, a principios de la década de 2000, vine a verlo con mi manuscrito y le dije: lo terminé. Había decidido quedarme sólo unos días con la idea de dar los últimos retoques al libro. Quería averiguar si no olvidaba algo importante o confundía personajes y fechas.

Justo cuando estaba a punto de irme, Vlady me llevó a su estudio frente al cuadro de Samuel Ruiz, que estaba terminado.

Sin que yo lo esperara, tomó un poco de barniz, lo puso en las palmas de sus manos y tocó la superficie del cuadro del Tatik, como si lo acariciara, aplicando pequeñas capas de barniz sobre los pigmentos apenas secos.

Apenas tuve tiempo de encender mi grabadora. Esta vez, se me ofreció el gran discurso del cuadro con, además, el gesto del artista ante su obra.

Me dijo:

Ahora, pongo la veladura sobre el color y ¿ves cómo se incendia? Es el máximo posible de color... Se ve todo lo que está abajo.

En mi libro, transcribí las palabras de Vlady sin cambiar ni una sola palabra en lo que se convirtió en el capítulo tres, titulado “La pintura de Vlady”. En este capítulo no he escrito casi nada. Quien habla es Vlady:

-“La prioridad del pintor está en el proceso de cristalización de la materia luminosa, no en las palabras o los gestos que rodean el acto creativo. La verdadera pintura no es una palabra ni un un concepto más, es “otra cosa” que puede después, pero sólo después, ser interpretada por el análisis, la poesía, la música, etc. Pero sé que la pintura no es ni el análisis, ni es la poesía, ni es la música, es otra cosa.”

-“La intuición que tengo es que el pensamiento y la inteligencia están en la piedra, en la geología. La vida tiene que ver con los cristales. Ahora bien, la pintura que hago es cristalina. Al final no invento nada, sólo quiero hacer algo que ya se ha hecho, es decir, cristalizar la pintura, hacer gemas con rojos y verdes que se conserven por 300, 400 años, como Holbein, como Rubens.

Y resulta que, al meterme en eso, encuentro la compañía de tipos de los más inesperados. Pienso en Vladimir Vernadski, Pierre Teilhard de Chardin y, más recientemente, Edgar Morin. Hay ese curioso concepto de “noosfera” que usaron Vernadski y Teilhard y tengo la impresión de que participo en una aventura fundamental, aunque me rebase”.8

He aquí, en pocas palabras, mi experiencia con Vlady. Así es como pasé de escuchar a un testigo privilegiado de la Revolución Rusa al difícil, pero tan enriquecedor, diálogo con un artista único de nuestro tiempo.

Gracias por su atención.


1 Conferencia ofrecida el 10 de septiembre de 2022 en el Colegio de San Ildefonso, como parte de la exposición Vlady. Revolución y disidencia. Traducción Claudio Albertani

2François Maspero (1932 -2015). Editor, escritor y periodista francés, conocido especialmente por haber publicado autores de izquierda en los años setenta.

3 Alain Krivine (1941-2022). Dirigente de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR).

4 Tariq Ali (1943). Activista, escritor, periodista, historiador y cineasta pakistaní-británico.

5 Lisa Appignanesi (1946). Escritora y traductora canadiense de origen polaco.

6 Henry Poulaille (1896-1980). Novelista y periodista, exponente de la corriente conocida como literatura proletaria. Conoció a Victor Serge ya los principales protagonistas de la Bande à Bonnot en los años diez del siglo XX.

7 Posteriormente conocí el origen del concepto de técnica veneciana gracias a Silvia Vázquez quien lo explica en su proyecto de tesis doctoral: “Según Doerner el paso de la era bizantina a la renacentista es fundamental para entender la profunda revolución material en el cuerpo de los cuadros y divide la historia de las técnicas de los grandes maestros de la antigüedad en cuatro períodos: la pintura al temple (florentina), la técnica mixta (de Van Eyck y los viejos maestros alemanes), colores resinosos al óleo sobre temple (la técnica veneciana), y la pintura de colores resinosos al óleo (de Rubens y la pintura holandesa)”.

8 Jean-Guy Rens, De la Revolución al Renacimiento, Siglo XXI Editores, México, 2006, pp. 128-29.