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Escritor ruso de idioma francés, periodista, novelista, poeta y ensayista, Victor-Napoleón Llovich Kibalchich –alias Victor Serge, Le Rétif, Le Masque, Ralph, Victor Stern, Victor Klein, Alexis Berlovski, Sergo, Siegfried, Gottlieb, V. Poderewski, y algunos pseudónimos más - nació en el exilio en Bruselas el 31 de diciembre de 1890 de padres rusos y murió, igualmente en el exilio, en la Ciudad de México el 17 de noviembre de 1947.

Su vida se desenvolvió en la frontera de dos mundos: la Europa optimista e hipócrita de anteguerra y los sombríos imperios totalitarios de la primera mitad del siglo XX. Luchó con pasión contra ambos: militante a los 15 años, presidiario a los 22, participó en tres revoluciones: la española, la rusa y la alemana. Fue activo en cuatro países más: Bélgica, Francia, Austria y México.

Autodidacta y erudito, empezó a ganarse la vida a los trece años siendo sucesivamente dibujante, fotógrafo ambulante, técnico de gas, tipógrafo, traductor, corrector de estilo. Una jornada laboral de diez horas y un salario de hambre no le impidieron alimentar su espíritu, estudiar y cultivar la amistad. Y es que, tal vez por tradición familiar, el padre de Vlady disponía de un bien poco común: la conciencia social. Empezó su vida militante en las juventudes del Partido Obrero Belga, pero, todavía adolescente, se convirtió al anarco-comunismo de Pedro Kropotkin y Eliseo Reclus iniciando su larga carrera de cronista en el periódico bruselense Le Communiste.

Hacia 1909, salió con rumbo a Paris, en donde se integró al equipo de la revista anarchie (así, con minúsculas), de tendencia individualista. Pronto, algunos de sus amigos optaron por emprender una lucha a muerte contra la sociedad conformando la pandilla conocida como “Los bandidos trágicos” que tiñó de sangre las crónicas de la Bella Época. Inocente, el joven Kibalchich se negó a convertirse en delator purgando por esto cinco años de prisión. Fue su primera condena, no sería la última. Liberado en 1917, pasó a España, donde evolucionó paulatinamente del individualismo al anarcosindicalismo. Fue en el periódico barcelonés Tierra y Libertad donde empezó a firmar sus artículos con el seudónimo que lo haría famoso: Victor Serge.

Cuando se alumbró la antorcha lejana de la revolución rusa, percibió el llamado de sus ancestros. Participó, todavía, en la fallida insurrección de julio de 1917 en Barcelona y, después de una prolongada estancia en un campo de concentración francés, llegó a Petrogrado hacia febrero de 1919. En el barco que lo llevaba al país de los soviets, conoció a Liuba Rusakova, la madre de Vlady. En plena guerra civil, se adhirió al Partido Bolchevique como otros anarquistas. La pareja se alojó en el Astoria, el hotel que albergaba a los líderes de la revolución y ahí es donde vio la luz el futuro pintor el 15 de junio de 1920.

En los primeros años, el escritor trabajó codo a codo con los principales dirigentes del naciente Estado soviético y publicó en Francia obras clave para el conocimiento de la revolución. Destaca Lo que todo revolucionario debe saber sobre la represión, un estudio de los archivos de la Ojrana -la policía secreta zarista- que será leído por generaciones de militantes revolucionarios en todo el mundo. Cumplió, además, con una multitud de funciones: soldado, maestro, periodista, responsable del servicio de lenguas latinas de la recién fundada Internacional Comunista, agente clandestino en Alemania.

Serge sirvió lealmente al nuevo régimen sin renunciar a sus convicciones. Buscó, más bien, conciliarlas con la necesidad de defender a una revolución cercada por múltiples enemigos viviendo tanto el fracaso de la revolución en Europa, como la progresiva degeneración del régimen soviético. Conservó, en estas andanzas, una marcada sensibilidad libertaria y una gran independencia de pensamiento formulando muy pronto críticas certeras y demoledoras al régimen estalinista. A partir de 1924, fue miembro de la oposición de izquierda (trotskista), lo cual marcó su destino como perseguido político cerrándole, poco a poco, todas las puertas como dirigente político y como escritor.

Se volcó hacia la literatura relativamente tarde, y no por amor al arte, sino porque “es preciso dejar un testimonio sobre este tiempo; el testigo pasa, pero puede suceder que el testimonio permanezca”. Fue en 1928, mientras se recuperaba de una grave enfermedad, cuando escribir se le reveló como una nueva razón para vivir. Detenido una primera vez, se mantuvo durante años en la sombra, escribiendo en la soledad, afinando sus ideas y esperando en cualquier momento la llegada de la policía secreta. Publicó en Francia -en la URSS no era posible- los ensayos Literatura y revolución y El año I de la Revolución Rusa, además de las novelas Los hombres en la cárcel, Nacimiento de nuestra fuerza y Ciudad ganada.

En 1933, Victor Serge fue deportado a Oremburgo, camino a Siberia, donde vivió con Vlady en condiciones muy precarias durante cerca de tres años (Liuba regresó a Leningrado donde dio a la luz a Jeannine, la segunda hija). Corría graves peligros pues estaban por empezar las grandes purgas, pero el ruido de sus amigos anarcosindicalistas en Francia y las discretas gestiones del escritor Romain Rolland con Stalin y Yagoda, el jefe de la policía, lograron lo imposible. El 12 de abril de 1936, después de permanecer 17 años en la URSS y a unos cuantos meses del primer proceso de Moscú, Serge regresó a Occidente como había llegado: con el estigma del prisionero. Viajaban con él Liuba -cuya salud mental ya se encontraba muy dañada-, Vlady y Jeannine, la hermanita recién nacida.

A partir de ese momento, el escritor persiguió una idea obsesiva: narrar la tragedia de la revolución triunfante que se devora a sí misma. Desbordado por su propia experiencia, incursionó en todos los géneros: memorias, novelas, epístolas, poemas, cuentos, ensayos y estudios históricos, sin contar cientos de artículos periodísticos. Es extraña la paradoja de un hombre que, siendo en primer lugar un revolucionario, vio hecho añicos el intento de transformar el mundo, casi ofreció disculpas por atreverse a escribir novelas y acabó dejando una obra literaria admirable que rompe fronteras y es una fuente indispensable para entender el ciclo de las revoluciones traicionadas de la primera mitad del siglo XX. Una obra que escribió por los caminos del mundo, en condiciones materiales sumamente difíciles, repetidas veces despojado de lo poco que poseía, acosado por policías y dictadores.

La familia se estableció en Bruselas y luego en París donde permaneció hasta la invasión nazi de 1940. Empezó entonces otra odisea, la última, con los esbirros de Hitler y Stalin pisándole los talones. Serge y Vlady llegaron a México, el 5 de septiembre de 1941, vía la Martinica, Cuba y Santo Domingo. Liuba, demasiado frágil para sobrellevar tantas desgracias, pasó el resto de sus días en una clínica psiquiátrica. En marzo de 1942, llegaron a México Jeannine y la nueva compañera de Serge, Laura Valentini -mejor conocida como Laurette Séjourné-, quien pronto se daría a conocer como una importante arqueóloga.

Los años mexicanos fueron los más tranquilos y, literariamente, los más fecundos en la vida de ese combatiente eternamente perseguido. Terminó El caso Tulayev, su novela más importante y las Memorias de un revolucionario, traducidas a decenas de idiomas. Siguió redactando los Diarios, mismos que, de manera intermitente, trabajó a lo largo de toda su vida. Escribió, además, Los Últimos Tiempos y Los Años sin Perdón, la biografía Vida y muerte de León Trotsky (en colaboración con su viuda, Natalia Sedova) además de cuentos, poemas, artículos y ensayos en la prensa mexicana, estadounidense y latinoamericana. Intuyó la importancia del hombre “no europeo” escribiendo un libro inédito sobre el tema y expresando opiniones muy actuales: “México es un país en dos tonos, sin clases medias: arriba está la sociedad del dólar, abajo la miseria del indio”.

En nuestro país, el escritor animó, junto a otros exiliados “incómodos” procedentes de toda Europa, un pequeño círculo de reflexión, “Socialismo y Libertad”, que editaba una revista de gran calidad, Mundo, ricamente ilustrada por Vlady y el catalán Josep Bartolí. El primero de abril de 1943, sufrió un intento de asesinato cuando, al grito “muera la quinta columna”, un centenar de comunistas estalinistas armados con puñales, matracas y pistolas asaltaron el local del Centro Cultural Ibero Mexicano donde iba a hablar.

Murió cuatro años después, en un taxi, solo, con en el bolsillo Manos, su último poema, que no alcanzó a entregar a Vlady. Ataque cardiaco, según el reporte médico. ¿Envenenamiento? Probablemente no, ya que padecía del corazón, pero subsisten las dudas que señalaron, en su momento, muchos de sus amigos. Victor Serge, escritor francés, belga de nacimiento, ruso de corazón, ciudadano del mundo por opción, descansa en el panteón español de la Ciudad de México. Su legado se eleva más allá de las nubes que oscurecen nuestro tiempo.

Claudio Albertani