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Alexander Ivánovič Ioselevič, el abuelo materno de Vlady, nació en 1874 en Rostov-en-el-Don, Ucrania. De origen judío y de convicciones anarquistas, era un obrero especializado en tintorería y sombrerería. Se casó muy joven con Olga Grigórievna Rusakova adoptando el apellido de ella probablemente para evitar el difuso antisemitismo que imperaba en el imperio ruso. Participó en la revolución de 1905 y durante el pogromo (palabra de origen ruso que indica linchamiento multitudinario de judíos) del mismo año, los cosacos del grupo Centurias Negras destruyeron su casa. Rusakov se defendió pistola en mano, pero Olga Grigórievna cayó presa del pánico de manera que el matrimonio huyó al extranjero con sus escasas pertenencias y cuatro hijos a cuesta. Antes de establecerse en Marsella hacia 1908, vagaron de puerto en puerto: Hamburgo, Nueva York, Buenos Aires (donde nació otra hija, Anita) y Barcelona.

En la ciudad provenzal, Rusakov empezó un pequeño negocio de tintorería y sastrería que logró mantener en medio de muchas dificultades. Los niños fueron a la escuela y aprendieron el francés, además del ruso y nacieron dos hijos más: Paul Marcel y Esther. Al iniciarse la Guerra Mundial, Rusakov fue contacto de militantes de diversas tendencias que conspiraban contra el régimen zarista. Al mismo tiempo, la situación económica de la familia mejoró, pues los incontables marinos de paso por el puerto requerían arreglar su ropa y uniformes.

Sin embargo, cuando en 1917 estalló la revolución rusa y el gobierno bolchevique firmó el armisticio con Alemania, la familia fue nuevamente objeto de persecuciones. Un día de invierno de 1918, Rusakov recibió la orden de expulsión de Francia por su actividad de propaganda a favor de la revolución. Se le ofrecía la posibilidad de viajar a España o de ser repatriado a Rusia, donde sería canjeado por dos oficiales franceses detenidos por el gobierno bolchevique. Escogió la segunda opción y se embarcó con Olga Grigórievna y seis de sus hijos con rumbo al país de los soviets. La otra hija, Rachèle, decidió quedarse en Marsella. Fue en Dunquerque, justo antes de zarpar, donde la primogénita, Liuba, conoció a Victor Serge, futuro padre de Vlady.

El 8 de febrero de 1919, al cruzar la frontera entre Finlandia y Rusia, al cabo de un viaje largo y agotador, aquel obrero fuerte y rudo besó llorando la tierra de la revolución. A la mañana siguiente, los Rusakov arribaron a la estación Finlandia de Petrogrado, junto a otros repatriados. Una orquesta entonó la Internacional, pero cuando se extinguió el clamor de los aplausos, quedó claro que no había nada de comer y menos aun leña para calentarse. Habían llegado a la capital del frío, del hambre y del tifo. Rusakov intentó la suerte en Moscú, pero no le fue mejor y la familia optó por afincarse en Petrogrado (la ciudad se llamó Leningrado a partir de 1924, hasta que en 1991 recobró su nombre original de San Petersburgo). Arreciaban la guerra civil y la hambruna, pero Rusakov logró salir adelante montando una lavandería y luego una escuela. Convertidos en funcionarios del naciente Estado soviético, Serge y Liuba se establecieron en el Hotel Astoria, donde vivía el estado mayor de la revolución. Ahí nació Vlady, el 15 de junio de 1920.

Todo parecía marchar sobre ruedas, pero pronto volvieron los problemas. En 1921, cuando los marinos de la fortaleza de Kronstadt se rebelaron contra el gobierno bolchevique exigiendo “todo el poder a los soviets”, Rusakov formó parte de la Comisión de Mediación creada por los anarquistas Emma Goldman y Alexander Berkman, lo cual fue mal visto por el gobierno bolchevique. La persecución abierta inició después de la muerte de Lenin (enero de 1924), cuando Victor Serge se adhirió a la oposición de izquierda (trotskista). Por entonces, los Rusakov y los Kibalchich compartían un departamento en la calle Zheliabova (así nombrada en honor al revolucionario Andréi Zheliábov, ejecutado junto a Nicolái Kibalchich por el asesinato del zar Alejandro II). Un día, apareció en el periódico del partido, Pravda, un artículo que acusaba al viejo Alexander de ser un “pequeño burgués, enemigo del proletariado”. El anónimo autor exigía su detención inmediata. Era evidente que el verdadero objetivo no era el obrero Rusakov, sino Serge, quien a la sazón era uno de los principales colaboradores de Trotsky.

La persecución se detuvo, al menos temporalmente, gracias a la intervención providencial del escritor rumano Panaït Istrati, quien se encontraba de visita a la URSS en calidad de invitado especial. Istrati había sido huésped de los Kibalchich y Vlady, que tenía tan sólo ocho años, lo retrató. El original se perdió, pero el artista lo reconstruyó tiempo después y forma parte de la exposición que presentamos (véase e la sección Vlady íntimo). A la postre, el viejo Rusakov fue condenado a “sólo” tres meses de trabajos forzados, sin embargo la persecución no se detuvo. Istrati quedó profundamente conmovido y cambió radicalmente su visión hasta entonces entusiasta de la URSS. De regreso a Francia, el “caso Rusakov” ocupa un largo capitulo de su libro Hacia la otra llama, mismo que marcó su ruptura con el comunismo y le costó la marginación como escritor.

En lo sucesivo, la vida en el departamento de la calle Zheliabova no volvería a ser la misma, pues la familia vivía bajo el acoso permanente de los agentes de la policía secreta. Alexander Ivánovič murió el 15 de enero de 1934, de un ataque al corazón, al regresar a Leningrado después de viajar Oremburgo junto a su hija Liuba y a Vlady. En la memoria del pintor, el abuelo quedó como el héroe que encarna los sufrimiento del pueblo ruso: lo recordaba con emoción y le dedicó la litografía El abuelo anarquista.

Claudio Albertani

Mi padre político, obrero tintorero, antiguo emigrado político, fundador en Marsella de un sindicato de marinos rusos, expulsado de Francia en 1919 por haber organizado una huelga contra un buque ruso cargado de municiones para los blancos, fue separado de la fábrica y del sindicato, condenado al ocio y amenazado de pena capital después de una querella sucia que le busca una agente de la GPU, encargada de vigilar mi domicilio. Sin la intervención de Panait Istrati, la mía y otras, al pobre viejo Rusakov le amenazaba la pena de muerte. Mi mujer no resiste este ambiente y contrae una grave enfermedad nerviosa, que nos fue imposible curar; los buenos establecimientos de salud estaban, no está mal decirlo, reservados a los que pensaban bien.

Esto dura cinco años. En 1932, se repite nuevamente la persecución encarnizadamente, porque se estaba en plena hambruna y en pleno terror. Vio el viejo que se le negaban los carnés del pan y los pasaportes interiores. Se sobrepuso a todo eso, pero murió del corazón.

Victor Serge, Destino de una revolución