Enero de 1943. — Qué alegría haber ido a visitar con don Ramón el Molino de Bezares, a tres kilómetros de aquí, camino a Toluca. Paisaje ventoso, magueyes, sitio desértico. El antiguo molino ha sido transformado en un restaurante. La propietaria, una pequeña española amable, nos cuenta que Diego Rivera comenzó en la granja un gran fresco, que nunca terminó. Es aquel donde trabajaron con tanto entusiasmo Vlady e Iván Denegri, durante todo el invierno de 1941-1942.
El Molino, vendido poco tiempo después, pertenecía entonces al ex-presidente Ortiz Rubio. La señora D. me comunica sus inquietudes. Ella temía que a los dos jóvenes, que muchas veces cruzaban a pie de noche esos trece kilómetros, podían matarlos o golpearlos. Les llovían cartas de amenazas y denuncias; se les acusaba de estar preparando un atentado contra una fábrica de pólvora cercana. Se les denunciaba como comunistas que realizaban un mural de agitadores. Amenazaron a Ortiz Rubio. Éste estaba molesto, porque su propio hijo acababa de matar en un bar al gobernador del Estado de México, Zárate Albarrán.
Una comisión de expertos del Museo vino a ver el mural y uno de ellos escribió que era desde ya una obra extraordinariamente interesante (Orozco). Se desató una campaña montada por el PC y alimentada por los celos de algunos artistas. Diego Rivera vino a verla, pero no hizo nada por los dos jóvenes. Vino también el expresidente Calles y manifestó su descontento por una silueta de militar con cabeza de burro (pintada por Iván), porque “insultaba al ejército”. Ordenó destruirlo todo, lo que no se hizo por incuria.
Frente al mural a medio terminar, entiendo la indiferencia de Diego quien no debía sentirse satisfecho de que dos jóvenes apenas alimentados y a quienes nadie pagaba, con materiales de ínfima categoría, lograran hacer cosas sensiblemente mejores de las que el mismo hace ahora. Siento una real alegría al ver que Vlady ya es un artista formado, lleno de imágenes vistas y pensadas que sabe exteriorizar. Las dos terceras partes del trabajo lo ha realizado él: casi quince metros de largo por entre tres y cuatro de alto, toda la sección alta del muro.
Está dibujado con fuerza, los colores son ricos y variados, la visión es caótica y abundante, con unidad interna. De izquierda a derecha: un tanque rueda sobre el pasto verde, movido por dentro por un hombre desnudo, la carne color rojo vivo, sin rostro. Más abajo un joven soñador de cabellos castaños y revueltos, vestido con una guerrera de trabajo azul, parece bajar de unas mariposas hacia las flores del campo que no ve: autorretrato de Vlady, excelente (aunque se ha pintado el rostro asimétrico, la expresión es ausente y concentrada).
Arriba, los colores se oscurecen; rincón de Montparnasse iluminado por una vela. Un hombre joven lee una proclama; otro, rasga la guitarra. Cuadro de Picasso (líneas de una mujer desnuda, volcada hacia atrás y con los senos levantados), otro cuadro como una ventana abierta ante las grandes casas de París y la torre Eiffel en un cielo casi nocturno. Este ambiente de París está inserto en un resplandor de fuego triste que va apagándose.
Retrato de Gironella, tamaño natural, muy bueno. Movimientos de masas francesas y rusas, un Jouhaux que se dirige a lo alto, soldados y marineros que llegan del este, personajes de Rusia, formas empachadas y menesterosas; gente de la revolución, semejantes, realistas con sus fusiles y cigarros. Hacia el centro, una estatua de mujer desnuda que no es sino un bloque de carne, en cuclillas y de frente. Una artista de cabellos amarillos y ojos almendrados en medio de un rostro de calavera alegre, la nariz chata, levanta una pierna, se trata de un cancán. Un tipo con sombrero de paja sobre el cual no hay nada, sin duda, fuera de las piernas levantadas que pueden mirarse por veinte francos.
En la parte inferior, un viejo intelectual, que podría ser asimismo un viejo artesano, sentado, de movimientos corporales laxos y desvalidos, parece haber perdido sus ilusiones y se pregunta para qué vivir. Las figuras de la Revolución rusa y de la Revolución china avanzan y se entremezclan. La parte del fondo, más madura, de colores más ricos y mejor contrastados, es muy bella. En un nicho, Lenin, reducido a un cráneo y un brazo, llama a los asiáticos a mirar al oeste (reminiscencias de Los escitas de Alexandr Blok). Soldados heridos y un chino se sostienen; magnifico grupo de jinetes asiáticos, en el que las cabezas de los caballos son poderosas, los hombres tienen ojos rasgados, simples y vivaces.
Abajo unos bloques de piedra, unas cajas fuertes de color gris derribadas, o unas rocas en la oscuridad sobre las cuales, como una silueta blanca, de mayor tama.o que el natural, un joven suicida, desnudo, convulsionado, con los cabellos en desorden, sostiene a.n el revólver y levanta la cabeza de su intermundo hacia los hombres, los caballos y los valles de la superficie terrestre… (Vlady me enseñó unos bocetos de este suicida durante el invierno de 1941, precisamente cuando la idea del suicidio estaba en mí, y escribí “Suicidio del Dr. C.” Unos pequeños paneles en lo alto, bajo las vigas, son luminosos: un campo rojo de Europa con molinos, un dibujo indio... Arriba hay multitudes, y aún más en alto un Stalin macizo de frente baja, de perfil, con una gran soga alrededor del cuello… Es este detalle lo que ha levantado una tempestad de protestas y mandó matar el mural.
La parte realizada por Iván D. es menos fuerte y variada. Pero está firmemente ubicada; el bruto militar con sus piernas abiertas, el cuerpo recubierto de cuero, la cabeza pequeña y, bajo su reflejo, una muchacha de verde provoca la sensación triste de un rincón de calle en París. Se han hecho unos intentos de embadurnar el muro con hollín, probablemente para destruir completamente el trabajo.
Una linda surrealista parisina dibuja en blanco sobre papel negro figuras de cristales de nieve, me explica ante estas visiones que ella no soporta los murales como género de arte, porque el artista debe someterse al espacio que debe llenar, y ella no puede aceptar esto. Habla como si no existiera un espacio en las telas o en la hoja de papel, como si se pintara para rellenar y no para exteriorizar las visiones que desbordan y nunca tienen suficiente lugar (cuando existen).