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La madre de Vlady, Liuba Rusakova, nació en Rostov-en-el-Don, en los confines entre Rusia y Ucrania. Era la hija mayor de una familia de origen judío que sufrió los embates del antisemitismo.

Victor Serge conoció a Liuba en Dunquerque, antes de abordar el barco que los llevaba de Dunkerque a Copenhague y de ahí a Helsinki. Una travesía anormalmente larga: 19 días, con varios cambio de navío. Se trataba, en realidad, de un convoy completo: adelante van barcos destructores que deflagraban las minas flotantes a cañonazos y, de Copenhague en adelante, un rompehielos que abría un canal entre los hielos del Báltico. Mientras tanto, Victor Serge se enfrascaba en fuertes discusiones con otros exiliados rusos. Ebrios de esperanza, se alejaban de esa Europa que se deshacía a fuego y sangre a sus espaldas y soñaban con la nueva Rusia que nacía a golpes de voluntad, de lucidez, de implacable amor a los hombres…

“Luego, una asombrosa muchacha de veinte años, con grandes ojos llenos de sonrisa y con una especie de terror apaciguado, venía a buscarnos en cubierta para decirnos que el té estaba listo en la cabina, atiborrada de niños, de un viejo obrero anarquista, más exaltado que nosotros. Llamaba a esa mujer-niña el Pájaro Azul —y fue ella quien me dio la noticia del asesinato de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburgo”. Esa escueta alusión a la obra de teatro etérea de Maurice Maeterlink es todo cuanto las memorias de Victor Serge cuentan de su encuentro con Liuba Rusakova. Podemos imaginar que algo tuvo que ver en el encuentro el parecido de sus dos destinos: Victor y Liuba hablaban francés, ambos iban con entusiasmo a descubrir Rusia, la Rusia revolucionaria (Liuba había salido del país a los siete años, Victor no la conocía). Como sea, tres meses más tarde, Victor y Liuba se casan —unión libre, como es obvio entre dos compañeros revolucionarios. Compañeros, lo son, ya que Victor y Liuba trabajan juntos en una curiosa organización que se acaba de fundar: la III Internacional. Victor tiene el encargo de instalar la primerísima oficina del Ejecutivo. Luego, al crecer la organización, le tocan las relaciones con los socialistas franceses. Liuba trabaja de secretaria de Zinóviev —estudió taquigrafía y dactilografía en Marsella.

Jean-Guy Rens, Vlady. De la revolución al Renacimiento, Siglo XXI Editores, México, 2006, pp. 43-44.

Mi madre, Liuba, había conocido a mi padre en el barco que los llevaba al país de los soviets. Era una mujer elegante; ella misma confeccionaba su ropa y era una excelente cocinera. Pero era de constitución frágil y cuando empezó la represión no aguantó: tenía crisis de histeria, de depresión y de llanto. Hablar de ella me causa mucho sufrimiento porque se enfermó de los nervios cuando yo tenía 7 años y, ya muy vieja y lejos de mi, terminó sus días en un hospital psiquiátrico francés. Cuando la visitaba, a veces me hablaba con una gran lucidez, pero de pronto se volvía a encerrar en un mutismo obstinado. Siempre le he tenido un rencor involuntario por haberme abandonado cuando más la necesitaba. Con mi padre perseguido político y mi madre encaminada hacia una locura sin regreso, hacia los siete u ocho años, yo me volví un niño retraído y rebelde. Cuando no aguantaba la atmósfera de la casa, me ponía a dibujar o salía a la calle. Era capaz de atravesar toda Leningrado completamente solo.