A la llegada de Vlady a México, la vida artística oscilaba entre la consolidación la Escuela Mexicana de pintura y la gestación de una nueva generación que consideraba a ese movimiento una pesada loza que socavaba su creatividad. Aunque el artista ruso-mexicano fue inmediatamente seducido por el muralismo, se hallaba más cercano en historia y vivencias a esos nóveles artistas. Entre ellos, se encontraban Josep Bartolí, Enrique Echeverría, Alberto Gironella y Héctor Xavier, con quienes fundó la Galería Prisse en 1952. A ese grupo se fueron sumando Vicente Rojo, Lilia Carrillo, Manuel Felguérez, Fernando García Ponce y José Luis Cuevas, entre otros, quienes al finalizar la década de 1960 conformaron un grupo heterogéneo que la historia del arte mexicano ha denominado Generación de la Ruptura.
Estos artistas, que representaban la nueva vanguardia, ofrecieron propuestas visuales alejadas de lo figurativo que caracteriza al muralismo, por lo cual se les considera como artistas abstractos, aunque sus propuestas no necesariamente se adscriban a dicha corriente. Es el caso de Vlady, quien, explorando la plástica de su tiempo, experimentó con el estudio de los efectos ópticos sobre las superficies, a los cuales dio más valor que a la apariencia mimética, obteniendo como resultado formas que, si no estamos atentos, pueden pasar por abstraccionismo puro. Ejemplos de ello son Mujer en el río de 1958 y El subyacente de 1960-61, que contiene una paráfrasis del Cristo Muerto de Mantegna.
Complementados con el análisis de los efectos luminosos, sus estudios del natural fueron consolidando un par de ideas que son parte de su discurso de los años siguientes: lo pétreo y lo fluido, en el que formas sólidas contrastan con estructuras sinuosas, como podemos apreciar en La piel de los amantes chinos (1968), El Clavadista solar (1957) y Reflejos de arquitectura futura (1967). Con esta última obra, Vlady participó en el Salón Independiente de 1969, alcanzando notoriedad como parte de ese grupo rebelde, del cual pronto se desmarcó, desencantado por el rumbo que había tomado. Su deslinde de esta aventura grupal tiene como epílogo la obra Independencia y el cartel, ¿Independientes de qué? (1970), crítica visual y verbal a los nuevos timoneles del arte mexicano.