Si bien la revolución rusa ocupa un lugar destacado en su obra, Vlady, siempre atento al entorno social, se entusiasma también con las revoluciones latinoamericanas. Pinta por igual los héroes de las gestas pasadas -la Independencia (Morelos, Hidalgo) y la Revolución Mexicana (Zapata)- y de las contemporáneas. Está, en primer lugar, la revolución cubana, a la que representa de manera irreverente, como es su costumbre. Admira a Fidel Castro, pero en los murales de la Biblioteca Miguel Lerdo de Tejada lo pinta cabalgando un dinosaurio, lo cual no debe de haber complacido al comandante.
En los años ochenta, el gobierno sandinista lo invita a pintar un mural en el palacio nacional de Managua, Nicaragua. El resultado es El despertar de las revoluciones, un himno a la disidencia con alusiones a las revoluciones rusa y mexicana e insinuaciones mitológicas: un Perseo que encarna a los sandinistas lucha contra Medusa, el monstruo de las siete cabezas.
En 1993, la Secretaría de Gobernación le encarga una serie de cuadros sobre el tema de la revolución permanente. Es una paradoja y un desafío. El primero de enero de 1994, estalla el levantamiento zapatista. Vlady visita dos veces Chiapas y el EZLN lo invita a participar en los coloquios de San Andrés en calidad de asesor. De estos viajes, los últimos de su vida, surgen varias obras de interés. Entre los lienzos que pinta para Gobernación -El uno no camina sin el otro, Violencias fraternas, Luz y oscuridad, Caída y ascensión- el último plasma el doble movimiento de la caída de Ícaro/Cuauhtémoc y la ascensión de una guerrillera desnuda, con la cara tapada por el pasamontañas de la rebelión.
La provocación no pasa desapercibida. El 13 de octubre el gobierno inaugura los cuatro cuadros monumentales, pero al día siguiente desaparecen misteriosamente. Vlady protesta, arma un escándalo pero no sirve de nada. Los cuadros permanecen ocultos durante años hasta que vuelven a aparecer en el Archivo General de la Nación. De estos mismos años son los apuntes sobre el Tatic Samuel Ruiz, el obispo de San Cristobal a quien Vlady dedicará uno de sus últimos cuadros de gran formato, y una serie de apuntes sobre los dirigentes rebeldes.