Una de las estrategias del muralismo mexicano que le permitieron alcanzar el reconocimiento internacional fue la exportación de su estética, misma que alcanzó los muros de diversos espacios públicos y privados en el extranjero. Orozco, Rivera y Siqueiros, fueron la punta de lanza de este proceso, realizando obras en los Estados Unidos y en varios países latinoamericanos.
A principios de la década de 1980, el gobierno sandinista de Nicaragua seguía luchando por establecer un nuevo sistema social, después de acabar con la dictadura de los Somoza. Fue un proceso muy importante que involucró el diseño de políticas culturales para revitalizar la vida pública del país. Inspirados en la experiencia mexicana de décadas atrás, los sandinistas ofrecieron los muros del Palacio Nacional de Managua, Nicaragua (hoy Palacio de Cultura), al artista mexicano de origen canadiense Arnold Belkin y posteriormente a Vlady, quien concluyó su obra en 1987.
Los resultados de esa comisión son interesantes. Aunque los funcionarios sandinistas esperaban pinturas que narraran las gestas épicas de su revolución, el pensamiento y lenguaje visual de Vlady se encuentran muy alejados de ese propósito. Con total libertad creativa, el artista elaboró el mural en tres paneles, El despertar de las revoluciones, donde desarrolló una idea que había estado madurando desde hacía años, a saber que los monumentos conmemorativos cobran vida para decirnos que las revoluciones, y más en general las hazañas históricas, son procesos que no pueden ser momificados.
En esta exposición se exhiben algunos bocetos para el fresco de Managua, como un Perseo decapitado que sostiene la cabeza de Medusa. En la versión original del mito, la Gorgona tiene el poder de convertir a quien la mira en piedra. En el lienzo El despertar de las estatuas de sal, Vlady invierte el proceso: Medusa trae a la vida a los héroes de piedra. La misma escena se reproduce en el panel derecho del mural de Nicaragua.
De la misma serie, se muestran también algunos bocetos para la obra Violencias diferentes (no incluida), en donde personajes oníricos entre los que figuran un Prometeo que se devora a sí mismo y unas manos animadas, libran una batalla extrema. La misma escena se reproduce en el panel izquierdo del mural de Nicaragua. Con esta obra, Vlady concluye su aportación al muralismo de la segunda generación.